Dice el dicho que después de la tempestad llega la calma. Básicamente en nuestra Iglesia pasa lo mismo. Tenemos unos tiempos fuertes que realzamos durante el año litúrgico. Estos tiempos litúrgicos son conocidos como Adviento, Navidad, Cuaresma y Pascua. Es durante estos tiempos que prestamos atención de una forma especial a los eventos de la vida de Cristo que cambiaron la historia de la humanidad.
En Adviento nos preparamos para el nacimiento de Cristo; en la Navidad celebramos su nacimiento y de esta forma la llegada de nuestro Salvador. En cuaresma nos preparamos de una forma especial para recordar la pasión, muerte y la gloriosa resurrección de Nuestro Señor Jesucristo por la cual todos fuimos salvados y redimidos.
El problema es que confundimos lo ordinario de nuestras vidas con lo ordinario de nuestra fe y tratamos este tiempo ordinario no como una introspección (palabra de domingo) sino como algo que… ¡Pues… esta ahí!
Y ahí esta el error. Debemos de ver como los tiempos fuertes en el año litúrgico han afectado nuestra vida y como nos han acercado mas a Dios. Si vivimos el tiempo ordinario como volver a lo mismo… entonces no hemos sabido aprovechar el tiempo litúrgico de cambio en nuestras vidas.
Por ejemplo: la cuaresma nos prepara para la pascua y en la pascua resucitamos con Cristo. Te has preguntado ¿a que has muerto durante este tiempo? ¿qué vas a dejar atrás cuando resucite con cristo a la nueva vida? El tiempo ordinario te da la ventaja de poder reflexionar con calma esos cambios que han surgido en tu vida, en tu alma, en tu ser y que has dejado fuera de tu vida.
Vamos a hacer de lo ordinario algo extraordinario y así podremos vivir la santidad como Dios manda. No tomes una actitud ordinaria ante este tiempo ordinario, mas bien toma una actitud extraordinaria ante lo ordinario de este tiempo…¡Créeme te vas a sorprender!
En los brazos de María
El Cura